viernes, 30 de mayo de 2008

DOMINGO 1 DE JUNIO EN ARANJUEZ

JOTAS, SEGUIDILLAS Y FANDANGOS
Aires castizos, nuevos y afrancesados del Barroco español

Primera parada (Plazuela del Embarcadero)

La favorita (¿Purcell?-Anónimo)
Marizápalos (Anónimo)
Vacas (Anónimo)

Segunda parada (Fuente de Narciso)

Pasacalles (¿Góngora?)
Seguidilla (Pablo Minguet)
La Jota (Santiago de Murcia)

Concierto (Fuente de Apolo)

Gallarda (¿Góngora?)
Pasacalles (¿Góngora?)
Jácara (¿Góngora?)

Folías (Anónimo)
Marionas (Anónimo)
Fandango (Santiago de Murcia)

La amable (Campra-Pablo Minguet-Bartolomé Ferrols)
Seguidilla (Pablo Minguet)
La Jota (Santiago de Murcia)

La favorita (¿Purcell?-Anónimo)
Chacona (Anónimo)
Paloteado (Santiago de Murcia)


CINCO SIGLOS
Miguel Hidalgo, guitarra barroca, archilaúd y dirección musical
Antonio Torralba, flautas
Gabriel Arellano, violín barroco y realizaciones musicales
José Ignacio Fernández, bandurria barroca
Antonio Sáez, percusión


JOTAS, SEGUIDILLAS Y FANDANGOS
Aires castizos, nuevos y afrancesados del Barroco español

Los tiempos que median entre las vidas de Velázquez y Goya acogieron el tercer gran momento de la música hispana para instrumentos.

El primero, lleno de laúdes, rabeles y axabebas, correspondió a la baja Edad Media y está marcado por la compleja realidad mudéjar. El segundo, el pleno Renacimiento de los violones, las vihuelas y los órganos, supone la particular visión autóctona del arte europeo de la glosa. Y este tercero, rebosante de seguidillas, zarabandas, jotas, españoletas y fandangos, viene a culminar los dos anteriores, teniendo como especiales protagonistas a la guitarra barroca de cinco órdenes y a su pequeña compañera, la bandurria. Ambas suponen la cristalización de emblemáticos instrumentos que anduvieron entre las manos de los músicos españoles desde muy antiguo. Desde ese primer momento a que aludíamos, suenan en las miniaturas del rey Alfonso X y entre los juglares del Libro de Buen Amor; y, luego, en los mesones y plazuelas de la novela picaresca, en los versos de los cancioneros, en las comedias de Lope de Vega y en el arte sutil de Luis de Góngora, él mismo tañedor.

Nuestro recital comienza precisamente con obras que acaso salieron de la pluma del escritor cordobés. El azar ha querido que el copista del siglo XVII, que anotó pacientemente las poesías de Góngora en un manuscrito conservado hoy en la Biblioteca Nacional, apuntara también en las seis últimas páginas tres piezas completas para bandurria: un Pasacalle, una Gallarda y una Jácara. Estas piezas, como ha argumentado el musicólogo Pepe Rey, pudieran haber sido compuestas por el mejor de nuestros poetas o formarían parte al menos del repertorio que interpretaba en su pequeño instrumento. En efecto, Bandurrio (como le motejara a veces Lope de Vega) tocaba la bandurria y hay elocuentes testimonios de cómo este instrumento pudo llenar sus soledades y animar las reuniones con sus amigos.

Las tres siguientes series de danzas glosadas que completan nuestro recital son igualmente realizaciones camerísticas (“músicas de sala” se decía en la época) de tañidos característicos llegados hasta nosotros a través de los libros de tecla y de guitarra y, muy especialmente también, a través de los tratados de danza de los siglos XVII y XVIII. En ellas encontramos la rica variedad de ingredientes de la cultura barroca española: la pervivencia del pasado, las influencias europeas (italiana y francesa, sobre todo) y la estilización de lo popular.

Junto a las ventanas que abren sobre nuestros Siglos de Oro los lienzos de Sánchez Cotán, Velázquez o Zurbarán hay un suave son de instrumentos músicos que los inunda, que da tibieza a los cuerpos que salen de la oscuridad, sentido a sus gestos, sabor a los manjares de los bodegones, aromas al vino o las flores…




Antonio Torralba

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